viernes, 22 de febrero de 2013

LA AUTOCRÍTICA: ¿un valor o una limitación?.

Saber parar y recapacitar sobre cómo hemos actuado, valorando el grado de responsabilidad de nuestras acciones, es un signo de madurez mental.
De hecho, este análisis introspectivo acerca de uno mismo, supone una “Meta-cognición”; un proceso de valoración de nuestra manera de pensar, sentir y actuar, pero no solo desde una perspectiva “egocentrista” sino desde la perspectiva del otro, de los demás. La autocrítica supone ir más allá de las propias necesidades, supone comprender las necesidades del otro, su punto de vista, supone, al fin y al cabo, “empatizar”.
Por supuesto, hablamos de una “autocrítica sincera y constructiva”, no una actitud manipuladora y cosmética de intenciones egocéntricas, no hay que olvidar que muchas veces los manipuladores copian las acciones y sentimientos de forma casi perfecta, pero carecen de intención auténtica, solo buscan conseguir sus intereses a través de la manipulación emocional.
Así pues, la autocrítica sincera es propia de "personas que asumen que pueden estar en un error" o si se prefiere, que pueden haber pasado por alto otros puntos de vista y no haber tenido en consideración la opinión y los sentimientos de los demás. Esta actitud, sin duda constructiva, analítica y profunda no debe dañar en absoluto la autoestima ni la seguridad de la persona que la ejerce, todo lo contrario; le fortalece, dado que supone la incorporación de nuevos “mecanismos de análisis, procesamiento y tratamiento de la información” y tiene como consecuencia el cuestionamiento de esquemas y estructuras cognitivas que pueden estar obstaculizando el “crecimiento personal”.
Quien no se cuestiona nunca a sí mismo; quien siempre pone en tela de juicio la actuación de los demás pero nunca la suya propia; quien siempre cree tener la razón; quien considera que asumir un error, una carencia, una limitación, es signo de debilidad; quien considera las relaciones interpersonales como un intercambio donde se gana o se pierde; está destinado a permanecer encerrado en sí mismo, limitado por sus propias creencias, amarrado a sus limitaciones y encadenado a su prepotencia.
Podrá triunfar en la vida, ser un gran profesional, ser temido por sus subordinados e incluso –si es muy hábil socialmente- respetado por sus semejantes, pero nunca alcanzará el cariño de estos, ni será jamás una persona feliz.
 
Ignacio González Sarrió.
Psicólogo. Psicoterapeuta y Perito Forense.
Colegiado en Valencia.
http://psicolegalyforense.blogspot.com

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