Por Ignacio González Sarrió.
Los seres humanos nos diferenciamos del resto
de animales que pueblan la tierra en una característica fundamental;
"La consciencia de uno mismo", este ser conscientes de
nostros mismos, nos permite desarrollar una personalidad propia y diferenciada
del resto ("el YO").
La personalidad se conforma y se nutre de dos
fuentes diferenciadas; la primera es la relativa a los "aspectos
constitucionales o heredados" (aquello con lo que nacemos, nuestras
características y tendencias innatas a ser de una manera o de otra, de ahí las
diferencias de temperamento y/o caracter entre hermanos criados en el seno de
una misma familia e incluso en hermanos gemelos) y la otra fuente es la
relativa a "lo aprendido o adquirido a lo largo del
tiempo" a través de la experiencia (son las vivencias de cada
uno, el ambiente en el que nos desarrollamos, etc). Estos dos elementos,
nutren y conforman la personalidad (caracter y
temperamento) y dotan al individuo de un autoconcepto
propio y único.
Una vez definida y asentada la personalidad, se convertirá en el "principal instrumento con el que interpretar el mundo" y los diferentes acontecimientos que en el se sucedan. Esta herramienta mediatiza y condiciona el aparato cognoscitivo y por tanto el emocional, (es decir nuestra forma de pensar y de sentir), de tal forma que se convirte (el autoconcepto) en agente modulador de las relaciones interpersonales (la forma en como nos relacionamos con los demás), el resultado de todo esto, se traduce en la calidad de dichas relaciones interpersonales (¿nos sentimos bien con los demás, somos nosotros mismos o por el contrario tratamos de agradar y evitamos mostrarnos como realmente somos por miedo al rechazo social?).
"Las emociones y sentimientos propios"
(conceptos distintos entre sí, pero intimamente relacionados)
están estrechamente relacionados con la forma de pensar y de interpretar las
reacciones de los demás respecto a uno mismo (conducta, actitudes y formas
de pensar), y así constantemente, vamos valorando lo que los demás dicen y
hacen y lo que nosotros hacemos y decimos, en un bucle sin fín que retroalimenta
incesantemente nuestro autoconcepto, esta retroalimentación se verá condicionada
por variables tales como el "Locus de control Interno/externo"
(o tendencia a depender de la aprobación de los demás o de uno mismo) y
otras grandes variables y/o características de personalidad (como la
introversión /extroversión, etc).
Otro aspecto determinante en el desarrollo del
autoconcepto (y por tanto de la autoestima) es el modo
en como la persona interpreta y valora su propia eficacia en el
afrontamento y/o superación de problemas vitales, de tal forma que si
tras el afrontamiento se desarrollan (y además se tiene consciencia de
ello) habilidades nuevas de afrontamiento (aptitudes,
herramientas, etc) el concepto de sí mismo se verá claramente
fortalecido.
No obstante, no todo son víctorias en el
desarrollo del "ciclo vital", y las derrotas, frustraciones,
pérdidas y sufrimientos se sucenden con cierta frecuencia, es cierto que
de los fracasos también se aprende, siempre y cuando la persona
entienda porqué se han producido, de lo contrario la tendencia natural es a
volver a equivocarse y por tanto a reproducir los mismos errores (es cuando
entramos en "circulos viciosos"; patrones de respuesta y
comportamientos claramente disfuncionales, pero con una fuerte tendencia a
reproducirse una y otra vez).
En este sentido y entrando ya en el campo de la
"psicopatología", las frustraciones provocadas por experiencias
desagradables generadoras de emociones altamente distorsionadoras y negativas,
si no se analizan y se contextualizan, entendiendo cuáles han sido y siguen
siendo sus motivaciones intrínsecas y sus beneficios a corto
plazo, tiende a vincularse con gran fuerza a situaciones y contextos (que
pueden ser personas, situaciones o recuerdos) y son generadoras de
emociones y pensamientos de un alto poder de afectación negativa.
Estas emociones vinculadas en su mayor parte a
un "concepto de uno mismo peyorativo y moralmente castrante",
potencian el desarrollo e instauración de emociones tales como la culpa,
rabia, desesperación, tristeza, pena, angustia,
etc....emociones todas ellas que, como digo, se van abigarrrando e
instaurándo en el repertorio emocional y conductual del sujeto,
generando principalmete, una sensación de fuerte apatía, desesperación y
finalmente resignación, al llegar a la conclusión de que en el fondo
somos incapaces de cambiar, tanto nosostros mismos, como el entorno en el que
nos desenvolvemos.
Se pasa pues de un "estilo de
afrontamiento basado en la lucha" a otro basado en la
resignación, esto en parte es debido a una tendenia a identificar
"lucha" con "reactividad" (en lugar de con
proactividad) y "resignación" con "apatía" (en lugar de con
relativización).
Por eso, para poder alcanzar un cierto
equilibrio, que nos lleve a la reconciliación con uno mismo
evitando al mismo tiempo la resignación patológica, es necesario
romper con la tendencia a la idealización del Yo, aceptando las
limitaciones propias de nuestra condición humana y asumiendo en definitiva
nuestro YO real.
Fdo.
Ignacio González Sarrió.
Psicólogo. Psicoterapeuta y Perito forense.
696102043
Valencia.
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